Por Rubicel González
rubicel@ahora.cu
Montado sobre “pepe”, su noble corcel, cada mañana cabalga suavemente el kilómetro que lo separa de los potreros. No ensilla la “bestia”, para él es suficiente con el basto y los pies bien aferrados a los ijares del animal. Delante, acarrea al rebaño vacuno y ovino que manifiestan entre berridos y jugueteos, buena salud.
Es más de las siete pero hace cuatro horas que Douglas Bolaño calzó las botas de trabajo y hasta la noche, el cuerpo no encontrará sosiego. “Así son mis días cotidianos. Apenas me aseo lo primero es ordeñar las vacas. Después muevo el ganado y le doy de comer a los cerdos. Cada semana se repite. No hay descanso, así es el trabajo del campo”, confiesa, como si 34 años bastara para resumir esta profesión prehistórica.
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